Autor: Colectivo Fluidos

Decía Florence Nightingale (1820-1910) que “Las casas mal construidas hacen para los sanos lo que los hospitales mal construidos hacen para los enfermos: una vez confirmado que el aire en una casa se ha estancado, la enfermedad seguramente continuará.” Se refería a la ventilación como una de las formas esenciales para la renovación del aire en una habitación, un salón de clases, o un hospital, donde pueden existir sustancias suspendidas nocivas para la salud como partículas sólidas y microorganismos.

La declaratoria oficial de la pandemia de COVID-19 por parte de la OMS, vino acompañada de las primeras recomendaciones para contrarrestar el esparcimiento del virus en su fase de contagio directo: más higiene personal especialmente en el lavado de manos, empleo correcto de tapabocas, sana distancia, etc. Estas recomendaciones eran totalmente obvias, derivadas de experiencias previas, y no representaron algo nuevo que no estuviera ya considerado por la lógica común.

Se establecieron en varios países medidas de choque consistentes en el confinamiento en casa, con todas las consecuencias ya sabidas. Pero se habló muy poco – o nada – de la ventilación de los espacios interiores. Las personas se quedaron en casa con las ventanas cerradas por la temporada invernal o empleando los aparatos de aire acondicionado y calefacción, que solo recirculan el aire. Como se ha venido publicando en diferentes medios, lo anterior pudo haber propiciado una mayor oportunidad de contagio.

Se ha reconfirmado recientemente la importancia que tienen las corrientes de aire para disminuir la concentración y transmisión viral en los espacios cerrados. Ha hecho falta la ventilación de los espacios intramuros con objeto de renovar la masa de aire ahí presente, que pudiera contener de manera suspendida partículas de todo tipo. Este concepto no es nuevo, pero no se ha practicado lo suficiente durante la pandemia de la COVID-19.

Muchas veces las corrientes de aire transportan sustancias en suspensión, que pueden ser partículas sólidas, gotas líquidas o burbujas de gas. Asimismo, estas corrientes pueden acarrear microbios y virus dañinos para la salud humana; que generalmente son transportados y depositados a lo largo de su viaje contaminando el entorno por donde pasan; y pueden a su vez recoger más materias para esparcirlas en otros sitios bajo diferentes condiciones. Se completan así las etapas de captura, acarreo y esparcimiento típicas de las epidemias, cuando se trata de microbios, virus y enfermedades contagiosas.

La caracterización de las corrientes de aire que participan en la dispersión de elementos patógenos en espacios cerrados es incompleta en el mejor de los casos, debido principalmente a los diversos parámetros que afectan al fenómeno. Su estudio requiere de sofisticadas técnicas de medición experimental y de modelos matemáticos complejo. Los primeros generalmente fuera del alcance de la mayoría de los científicos e investigadores de estos procesos.

Con todo, existen formas relativamente sencillas para visualizar el movimiento del aire en un espacio cerrado, que de manera aproximada permiten establecer cuál es la conformación de las corrientes. Observar por ejemplo el arrastre por el aire en movimiento de pequeñas pompas de jabón con las que juegan los niños; o bien estudiar la evolución de las delgadas columnas de humo de incienso; o de manera más simple, constatar la respuesta de una vela encendida dentro de un recinto cerrado ante el paso de una corriente de aire. Estos ejemplos, son formas aproximadas pero eficaces que ayudan a reconocer la formación de las corrientes, así como indicar la pertinencia de un arreglo de ventilación establecido o la carencia de él.

A partir de este tipo de observaciones se pueden proponer modificaciones para mejorar la capacidad de ventilación de salones de clase, salas de trabajo, restaurantes, etc. y de esta forma generar condiciones que minimicen el riesgo de contagio en dichos entornos.

Las oportunidades recientes de terrazas y espacios abiertos en restaurantes para ayudar a la economía de tales sitios, apunta hacia la posible re-apertura de las escuelas y oficinas con mejores márgenes de seguridad. Lo anterior si se consideran la formación de corrientes de ventilación arriba descritas, junto con las prácticas de proteger las vías respiratorias y mantener la sana distancia entre los individuos.