En un tiempo detenido, a la vez un baile que podía ser una lucha contra la gravedad, que acaba en una amistosa relación de complicidad, así son las piezas exhibidas: sostenidas únicamente por uno de sus cantos o de uno de sus puntos imposibles de gravedad y equilibrio, en una ascensión casi religiosa, como un santo en secreta iluminación.

Casi toda de gran tamaño emana sensualidad, pureza, elegancia y un tiempo suspendido que da una calma zen, como si fueran los restos de una antigua civilización del futuro, y una musicalidad propia que las dota de una movilidad irresistible.

Cada pieza está hecha con mimo, la sabiduría de más de 20 años de un oficio con el metal, con acabados lisos, perfectos y que en algunos casos no parece el material de origen; a veces madera laqueada, en otras texturas por anexión de pequeñas piezas, que le dan cierta semejanza a tela, por ejemplo Alma revestida que tiene sobre una parte de su superficie 2 mil 400 tejidas individualmente y remachadas de un alambre delgado con plástico de color.

Para la escultora, el color es un elemento relevante: los naranjas, rojos, rosas, plateados, óxidos y verdes se convierten en una piel deslumbrante que respira ante nosotros .Estas obras nos recuerdan las de otros artistas que también hacen flotar al material: Brancusi, Jean Harp y Zaha Hadid.

La muestra Estática del Movimiento de la maestra Elizabeth Skinfill Vite es una retrospectiva en la que sus 22 piezas crean con metal sus sueños; es la búsqueda de volúmenes, color, sensualidad, de una melodía zen que nos llega directamente al alma para dialogar sobre la belleza de un metal ingrávido; se puede visitar del 19 de octubre al 29 de enero de 2020 en Tacuba 5, Centro Histórico, CDMX.