En un viaje sin palabras, casi onírico, vamos siendo testigos de un pueblo cuyos dioses estaban vivos, regían sus costumbres, corazón y alma, una pecera donde dioses y habitantes vivían en franco equilibrio. La muerte y un caballero águila aparecen como signos premonitorios: la guerra y el fin de un ciclo, no obstante los sacrificios a los dioses.

La llegada de los Hombres Sol (los españoles)desde el mar y la defensa de los Hijos del Jaguar (habitantes originales)provocan una guerra: llueve sangre, nace el dolor y caen muertos de ambos bandos. En el Nuevo Mundo, el Nuevo Edén, se pasean los recién ganadores viendo maravillados a su alrededor, pero como en todo edén hay demonios salvajes: los sobrevivientes a esa raza primigenia. Los europeos recién llegados los ven con temor y cierto asco; mientras se alejan los Hijos del Jaguar estallan en carcajadas burlando sus maneras de caminar.

La evangelización llega y con ella los misioneros y la palabra del Cristianismo a los Hijos del Jaguar; unos la acogerían, otros se mantendrían firmes en rechazar las nuevas doctrinas. Poco a poco se entrevé lo que resultó de la fusión de ambos mundos: el mestizaje, producto de la violación de las mujeres y el grito de las diosas. Los dioses se quedan huérfanos, perdidos sin rumbo, son acusadores desde su sitio y su tierra ahora está destruida; en tal apocalipsis acusan con el dedo índice porqué los dejamos y no recordamos ni sus nombres; vagan entre nosotros viéndonos desde sus ojos sin vida.

El mestizaje creó una nueva raza, que en el fondo está perdida, un Frankenstein de tradiciones, de herencias y de ADN, pero no sonde aquí ni de allá, al final están muy solos: el nuevo hombre nacido va caminando sin saber quién es. El jaguar, vacío de lágrimas, sigue con su carcajada enloquecida ante la pérdida de un pueblo.

La propuesta del Grupo de Teatro de la FI dedicada al maestro Miguel León Portilla, dividida en nueve cuadros, te lleva de la mano en este viaje sobre el fin de un pueblo y el nacimiento de otro. Se trata de una puesta fuerte, sencilla, firme y sincera; el silencio es el segundo personaje y la actuación de los implicados soberbia: dejan la piel a tiras, sudor y gritos en el escenario, evocan un realismo mágico, auténtico que nos deja atados a nuestros asientos sin poder levantarnos cuando se encienden las luces.

CRO-16: si hubo moros contra cristianos...también hubo hispanos contra Mexicas, puesta en escena del Grupo de Teatro de la Facultad de Ingeniería, dirigido por el maestro Enrique Riodgoll, cumple con su cometido: nos deja desolados sabiendo de dónde pudimos venir y con la esperanza de un nuevo renacimiento.