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Cultura y deportes
2016-10-30
Siguiendo los pasos de la muerte
La Megaofrenda de la UNAM en la Plaza de Santo Domingo.
Por: Jorgé Estrada Ortíz
Fotografía: Jorge Estrada Ortíz
Comunicafi
Megaofrenda de la UNAM

Perros azules ladrando a una luna rosa, multiplicada por mil.

Sonrisas de sandías gigantes, sonrisas de la muerte de miles de tamaños que iban bien con las diversiones de ésta: Sentada, de cartonería, vestida de tehuana posando en una sesión de fotos eterna, saliendo del fuego como azteca en el lomo de Quetzalcóatl, siendo réferi de la pelea entre un perro y una víbora, en miles de partes que pedían ser armadas, inclusive tatuada temporalmente en la piel de un perro Xoloitzcuintle.

Otra tehuana pero ésta de pie frente a al templo de Santo Domingo sonreía para siempre, contenta y orgullosa de prestar su cuerpo para la muerte por ese día, plena de ser uno de los centros de atención.

El diálogo dominante en la plaza cuando los niños eran retratados por sus padres: "´Ponte ahí junto a la ofrenda de la UNAM, así te vas acostumbrando para cuando entres allí / guau...".

"Esa Catrina vestida de oaxaqueña esta padrísima, vamos a tomarnos una foto con ella...ándale..."

"Mira Má...ésa es de la Facultad de Ingeniería, me dieron esta información..."

Y sí, la ofrenda de Ingeniería nuevamente se erigió como una de las más dinámicas, con profesores y alumnos atendiendo a los visitantes; se veía un gran trabajo previo y durante el festival de Araceli Larrión, Ana García y Colomé y Eduardo Alarcón de la División de Ciencias Sociales y Humanidades.

El aire se llenaba de la música de varios grupos que daban espectáculo en el templete construido para eso.

Hombres, mujeres, niños y personas de la tercera edad estaban disfrutando esta romería, con mucha diversión pero en orden y respeto por lo expuesto ahí en la Plaza de Santo Domingo.

El sol mordía en la cara y decidí regresar sobre mis pasos; conocí a la muerte a finales de febrero, pero quería conocer la muerte festiva, alegre, no la que ronda los hospitales: que el aire oliera a copal, elote y jícama con chile, lejana al alcohol y desinfectante; que se oyeran risas y gritos en lugar de los quejidos silenciosos rotos por los pitidos de máquinas y respiradores.

Y se me dio esta oportunidad de visitar en estos días de muertos a esta muerte viva. Tomé por la calle que me llevaba a la Catedral. Una Catrina y un Catrín devoraban unos tacos, levantaron la mirada al mismo tiempo hacia mí, con sus caras blancas y ojos vacíos me regalaron una sonrisa, que les devolví.

En mi botín de imágenes que guardaba en la cámara llevaba a la Muerte conmigo.